jueves, 21 de mayo de 2009

1er año: Relato basado en documentos históricos (Tema:Egipto)



Jefrén se levantó temprano. Hoy tenía ganas de ir de pesca Nilo arriba, donde sabía que encontraría además patos que podría cazar con su palo curvo que estaba bien afilado. Pero su padre entró en su cuarto, y no se atrevió a decir nada. Sabía como pensaba.
-Buenos días, Jefrén, dijo. Hoy el Faraón me ha concedido tiempo libre. Apróntate que vamos a salir. Quiero mostrarte algo.
-Bueno, papá. Enseguida estaré listo. Por lo menos parece que hoy no tendré escuela, pensé.
Su padre era ya mayor, y toda su vida la había dedicado a las letras. Era un escriba, y siempre le había hablado de las ventajas de educarse en este sentido.
Caminaron bastante, y salieron fuera de su hermoso barrio, hasta divisar la zona de los talleres donde los artesanos hacían sus distintas actividades.
-Observa Jefrén, -dijo- como trabaja el alfarero. Está cubierto de tierra, aunque todavía está entre los vivos, cava en el barro más que un cerdo, para cocer sus cacharros. Sus ropas están duras por la arcilla…
Cierto. Así lo vio Jefrén, pero no le pareció tan duro. Parecía divertida aquella actividad con el torno, donde con gran habilidad el alfarero daba forma a su vaso. Cerca se veían otros, ya terminados, con pinturas muy hermosas.
Siguieron su camino, y se acercaron al taller de un tejedor.
-Mira Jefrén a este pobre hombre. Está peor que una mujer. Con las rodillas contra el pecho. No puede respirar, si pierde un día de tejido, recibe cincuenta azotes, da comida al portero para que le deje ver la luz del día…
Realmente el hombre parecía agotado. Los faraones reglamentaban el trabajo en esta industria, porque los tejidos de lino se admiraban y deseaban en toda la zona de Medio Oriente, (eso le había oído decir a su madre, que gustaba mucho de esa tela para sus vestidos). Sería duro si en el futuro tuviera que trabajar como tejedor.
-Oye bien, Jefrén, dijo por último mi padre. Podría seguir mostrándote a los carpinteros, o a los escultores, a los herreros o a los orfebres; los campesinos no tienen mejor suerte.
-¿Qué les pasa a los campesinos? –pregunté-
-Los campesinos tienen una penosa ocupación. Su trabajo es muy duro en tiempos de sequía como en la inundación. Cuando cosechan, debemos inspeccionarles para contabilizar los granos. Es muy triste cuando no les alcanza para entregar su tributo al Faraón. He visto gente golpeada salvajemente, atada, y arrojada a los canales. Muchas veces hasta sus hijos han sido encadenados. Sus vecinos lo abandonan y huyen… cuando todo termina, no hay grano, y pasarán hambre…
-¡Qué horror! No me imagino esa vida, yo que tengo todo lo que quiero.
-¿Entiendes ahora por qué te digo que no hay profesión sin un jefe, excepto la del escriba?; él es el jefe. Por tanto, si conoces la escritura, te servirá mejor que las profesiones que te he mostrado. Cada una de ellas es peor que las otras. Un campesino no es considerado como un hombre. ¡Ten cuidado! ¡Aplícate a los libros! No hay nada mejor, pues ellos te dan un prestigio que las demás profesiones no tienen. Vestirás túnica y serás reconocido y saludado por todos.

Basado en el texto “Consejos de un escriba a su hijo”
Creado por Cristina

martes, 5 de mayo de 2009

2° año -Maldición de Malinche-


Del mar los vieron llegar, los hermanos emplumados
eran los hombres barbados, de la profesía esperada.
Se oyó la voz del monarca,de que el dios había llegado
Y les abrimos las puertas por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias, como demonios del mal
Iban con fuego en las manos, y cubiertos de metal
Solo el valor de unos cuantos les opuso resistencia
Y al mirar correr la sangre se llenaron de vergüenza

Porque los dioses ni comen ni gozan con lo robado
Y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado
Y en ese error entregamos, la grandeza del pasado
Y en ese error nos quedamos trescientos años esclavos.

Y nos quedó el maleficio, de brindar al extranjero
Nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero
Y les seguimos cambiando, oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza, por sus espejos con brillo.

Hoy, en pleno siglo veinte, nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa y los llamamos amigos
Pero si llega cansado, un indio de andar las sierras
lo humillamos y lo vemos, como extraño por su tierra

tú, hipócrita que te muestras, humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio, con tus hermanos del pueblo
¡Oh, Maldición de Malinche, enfermedad del presente
cuando dejarás mi tierra, cuando harás libre a mi gente